Por: Mario Cruz Palomino
Casi sin saber cómo, me encontré en la comunidad de Santa Cruz De Morelos, del Municipio de Turicato, en el hermoso y diverso Estado de Michoacán. Me iniciaba en el desconocido, al menos para mí, arte del Magisterio. Casi sin argumentos, con muchos temores y dudas, con la familia a cientos de kilómetros, sin la orientación de mis maestros, y tal vez tan solo con la satisfacción de haber concluido con éxito la carrera de maestro y con la seguridad de contar con “la plaza” que me diera el sustento y la posibilidad de continuar estudiando un especialidad en la Normal Superior.
Recuerdo que las autoridades de la Escuela Normal de San Marcos, Zac., nos indicaron que eligiéramos un Estado de la República, donde nos gustaría trabajar en nuestro primer año. Como yo había visto unas postales y algunos libros que se referían a Michoacán, puse como mi primera opción a ese Estado, y en segundo lugar a Aguascalientes. Para mi buena suerte me enviaron al Estado que había elegido como primera opción. Por fortuna éramos dos los que íbamos al mismo Estado y resulta que mi compañero y yo habíamos sido condiscípulos desde la primaria, así que de algún modo eso aligero la AVENTURA que apenas se iniciaba. Para saber en dónde nos tocaría trabajar, era necesario ir a la ciudad de Morelia, en la Dirección General de Educación Primaria. Como no conocíamos, recurrimos a un Profesor que nos dio clases en la Normal y que coincidentemente era de Morelia. Su nombre Etelberto Cruz Loeza. Este maestro tuvo la gentileza de hospedarnos en su casa, darnos los alimentos, mientras recibíamos las órdenes de presentación. Como es costumbre en México, nos hicieron esperar varios días, en perjuicio del profesor Etelberto y de nuestro raquítico presupuesto de gastos. Por fin el secretario del Director nos hizo pasar a su oficina, nos invito a tomar asiento y con toda calma nos dijo que nuestra plaza la tendríamos que desempeñar en el Municipio de Turicato, en la Zona Escolar 168, a las ordenes del Prof. Domingo Rubio Hernández. A nosotros nos causo risa el nombre del municipio, ya que en mi rancho, hay un acaro que se llama turicate, que habita los barrancos de tierra blanca y que cuando pica hace una gran roncha que provoca enorme comezón. Después de la sorpresa por el nombre del Municipio, nos atrevimos a preguntar donde se ubicaba ese lugar. Su respuesta fue “vean en ese mapa del Estado y ahí encuéntrenlo”. Cuando encontramos el nombre, volvimos a preguntar, ahora para saber cómo se llegaba a ese lugar. Un tanto desesperado, solo atino a decir vayan a la central camionera y allí les dicen cómo llegar. Después de agradecer todas las atenciones al Prof. Loeza así como a su mamá, tomamos nuestras pocas pertenencias y con el “alma en un hilo” subimos al coche de “profe” que todavía se tomo la molestia de llevarnos a la terminal de autobuses. Después de preguntar en varias líneas, por fin alguien supo orientarnos y nos indico que tomáramos un camión que dijera Tacambaro y que llegando allá tomáramos otro hacia Turicato. Por fin, después de algunos días, tomábamos un rumbo más definido hacia nuestro destino, hacia nuestra prueba de fuego, a comprobar cuanta vocación y valor poseíamos, como para afrontar dignamente nuestra responsabilidad.
Llegamos a Tacambaro como a eso de la una de la tarde. Tacambaro es un pueblo muy bonito, con un clima “ideal”, comparado con el de Cuernavaca. Todos los techos de sus casas y edificios son de teja roja, las paredes pintadas de blanco y rojo ocre. Al interior se abren frescos y espaciosos zaguanes que franquean el paso a bellos patios rebosantes de macetas con rosales ,malvas ,aretes, bugambilias, helechos, huele de noche, y muchas otras planta que adornan de manera muy original sus corredores. Casi nunca falta la fuente de cantera en el centro de los patios, con cantarines chorritos de agua fresca. No cabe duda que este pueblo nos impresiono gratamente. Para “matar” el tiempo que faltaba para partir hacia Turicato, recorrimos lo portales, los jardines de la plaza, los comercios y por ultimo, nos detuvimos en un puesto de enchiladas, que por cierto abundan en una placita dedicada a la venta de alimentos típicos de la región de Tierra Caliente. Después de una charla muy cordial con la señora que nos regalo la cena, nos dirigimos a la parada de los autobuses .A eso delas siete de la tarde nos dirigimos a Turicato. Una destartalada “flecha” nos transportaba por la sinuosa carretera, que se perdía en la oscuridad de la noche mas negra que haya visto. Como era septiembre, la temporada de lluvias estaba en plenitud, así que fue lluvia hasta que llegamos a Turicato. Todo era luz y bullicio en el pueblito, muy pintoresco por cierto, ya que se celebraban las fiestas patrias. Yo le dije a mi compañero Efraín,”que bonito lugar, si aquí nos toca trabajar, será muy padre, ¿no crees?, mi amigo me respondió que seria a todo dar.
Todos asombrados, molidos por las horas de viaje desde Morelia, con más preguntas aun, indagamos por un lugar donde hospedarnos. Por suerte otros maestros que venían en el camión, y que ya habían trabajado en esa zona escolar, nos orientaron sobre una posada que era económica, pero limpia y cómoda. Después de instalarnos en un cuarto con dos catres, salimos a dar la vuelta por la plaza para ir conociendo el lugar, así como para preguntar por la oficina de la Inspección Escolar, la cual visitaríamos al día siguiente .No hubo necesidad de esperar al otro día, pues el Inspector, se encontraba en pleno patio de la escuela primaria del lugar, en un reservado para el y sus colaboradores de la inspección, con una botella de brandy y varios refrescos de cola. El baile estaba por comenzar, así que de una manera muy rápida nos presentaron con él, le dijeron que ya estaban los maestros de Santa Cruz de Morelos, que al día siguiente pasaríamos por nuestras ordenes y que nos felicitaban por haber “elegido “ese lugar. El Inspector, medio asombrado por la seguridad con que dijimos a todo que si, solo se limito a decir que le daba mucho gusto nuestra disposición y que para celebrar nos tomáramos una “cuba” con el y sus amigos.
Esa noche sin saberlo nosotros, se tramo nuestro destino en aquella lejana zona escolar del municipio de Turicato .No sospechábamos ni un miligramo de lo que estaba por ocurrirnos durante la travesía a pie, con las mochilas y las maletas cargadas, con una temperatura rayando los 38 y hasta 40 grados centígrados, sin conocer el camino, mucho menos la región . Como si ahorita fuera, recuerdo que les pregunte a unos señores que pasaban por el mismo camino, que si ya mero llegábamos a Santa Cruz de Morelos, y con una sonrisa compasiva contestaron que aún faltaba mucho para llegar. Cuanto era mucho, no teníamos ni un ápice de idea. Seguimos caminando horas y horas, descansábamos un rato y luego seguíamos. Cada que encontrábamos a un transeúnte, volvíamos a preguntar por la escurridiza comunidad de Santa Cruz y nada que llegábamos. Cuando estábamos a punto de desfallecer, con sed, cansados, con la suela de los zapatos casi desaparecida ampollados de la planta de los pies y mi compañero Efraín casi loco por la resolana , apareció un maestro ya entrado en edad que había recorrido casi toda la zona escolar y con palabras compadecidas, nos sugirió que apuráramos el paso, ya que pronto se haría de noche y todavía nos faltaba mas de la mitad del camino. Vénganse, yo los acompaño hasta Zarate, allí los voy a recomendar con Carlitos Ambriz, juez del poblado, allí pueden pasar la noche y mañana le siguen a Santa Cruz. Casi arrastrando los pies, pero animados por las palabras del buen maestro reiniciamos el camino, que con lo fresco de la tarde, ya no se nos hizo tan pesado. Tal y como lo prometió el maestro Manuelito (que así se llamaba el buen samaritano) nos acompaño hasta la casa de Carlos Ambriz. Nos presento, nos encargo con él, le pidió que nos orientara para poder llegar a nuestra comunidad. Carlos hizo todo lo que el maestro le pidió y aun mas pues amablemente nos obsequio con un vaso de leche y unas “toqueras” (gorditas de maíz nuevo). Al día siguiente nos regalo nuevamente leche y toqueras y nos condujo a una casa donde vendían comida para los viajeros que ocasionalmente pasaban por allí. La cocinera era una hermosa morena de pelo extremadamente rizado y crespo, de carácter sumamente alegre y dicharachero, muy amable y bullanguero. Su platillo de esa mañana era queso añejo asado y guisado en salsa roja muy pero muy picante, además de frijoles caldudos y tortillas recién hechas a mano, del comal al plato. Aquello era un manjar de dioses en las condiciones en que nos encontrábamos, y el cual disfrutamos con verdadera fruición. Mientras dábamos cuenta del desayuno zaratense, un hermano de la hermosa morena nos dibujaba un mapa que nos guiaría al rancho a donde nos dirigíamos. Terminado el mapa y después de algunas recomendaciones extras, por aquello de las dudas, partimos a Santa Cruz. El trayecto fue durísimo, caminamos horas y más horas y como aquello de las ocho de la noche por fin llegamos a nuestro destino final. Como un signo de buena suerte, nos encontramos al Comisariado Ejidal, a Don Arcadio Ibarra, que montado en una mula golondrina a la que llamaba la “Prieta Linda”, nos guio en la oscuridad hasta el pequeño caserío donde prestaríamos nuestro servicio docente .Al entrar por las goteras del rancho Don Arcadio gritaba! Ya llegaron los maestros! ¡Ya llegaron los maestros! Los perros ladraban a nuestro alrededor y las luces de las casas se fueron encendiendo una a una hasta quedar todo el caserío iluminado y con las gentes corriendo a conocer la novedad, pues según lo supimos después ,ya tenían mucho tiempo esperando por los maestros .Don Arcadio, asumiendo toda la autoridad de que era poseedor, llamo a sus vecinos al centro de la comunidad y allí nos presento y nos dio la bienvenida pidiéndoles a todos que nos trataran bien ,pues los maestros ,decía, son gente de bien y que todos eran responsables de nuestra seguridad. Todos los asistentes aplaudieron y entre vivas y porras, nos condujeron con Doña Aurelia, la viejecita que nos daría asistencia por el tiempo que perduráramos en aquel lugar. Emociones nunca experimentadas se revolvieron en nuestras entrañas quedándose grabadas para siempre en nuestra memoria. Como ya era tarde y Doña Aurelia Ya no tenia que cenar, Don Arcadio nos llevo hasta la casa de Don Horacio Ambriz, para el caso, presidente de los padres de familia. Allí nos obsequiaron de cenar un delicioso caldo de gallina, sopa de arroz y tortillas recién hechas .Cuando Don Horacio vio nuestros pies ampollados, entre los restos de la suela y la cubierta de los zapatos, nos ofreció un par de huaraches tierracalentanos, de dos correas cruzadas y talonera. Eran nuevos y tan duros que inmediatamente nos reventaron las ampollas, haciendo mas cruel el caminar .Para dormir nos facilito un petate y una sabana y el pasillo exterior como habitación. Estaba amaneciendo cuando unos cerdos nos empujaban como exigiendo su comida del nuevo día. Sin muchas ganas nos levantamos ante los gruñidos de los porcinos. Como ya no era posible dormir ni permanecer acostados, nos fuimos a lavar la cara, las manos y a mojarnos el pelo para estar listos a las nueve de la mañana en la escuela para llevar a cabo la inscripción del nuevo ciclo escolar.(1973 1974).
Muy de mañana ya estaban los padres y madres de familia esperando a inscribir a sus hijos, proceso que se desahogo a medio día. Hecho el registro, nos dispusimos a llevar a Turicato la documentación que el C.Inspector habría de revisar, autorizar y dar el visto bueno e iniciar las clases lo más pronto posible. Ir a Santa Cruz, regresar a Turicato y luego volver a Santa Cruz significo un calvario digno del mas temerario explorador.
Septiembre mes de la Patria, e inicio de las clases. Alumnos, padres, madres y al frente nosotros, dos maestros y una maestra. El Inspector me designo director comisionado además la atención de dos grupos (segundo y quinto). Ahora si era real, ahora si frente al grupo de niños que expectantes me veían con sus ojos muy abiertos. Primero el pase de lista, luego a dar la primera clase. Una metodología aprendida en la Escuela Normal, dar los conocimientos, explicarlos, repasarlos y luego ejercicios para evaluar. Con los alumnos de segundo, un diagnostico para saber cómo venían de primero, luego clasificar por logros ya que sus edades eran muy heterogéneas. De ahí en adelante echar mano de mucha creatividad para subsanar la carencia de recursos didácticos, de libros, de útiles escolares y a veces hasta de alimentos. Noches largas e insomnes pensando como mejorar nuestras prácticas escolares, pensando en promover el deporte y una vida sana, libre de vicios y perjuicios. Entre la escuela, el basquetbol y el volibol y entre los paseos de fin de semana por la sierra cercana, paso el ciclo escolar, con innumerables anécdotas, sustos, alegrías, y nuevas y valiosas experiencias para llevar a nuestra próxima escuela.
Así dio inicio mi AVENTURA DE SER MAESTRO, la cual no ha terminado y sigue acumulando recuerdos, los cuales espero plasmar en un texto para que no se mueran en el rincón de nuestras vidas.
Los quiere Mario Cruz Palomino
Junio del 2009
domingo, 21 de junio de 2009
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Hola profesor Mario.
ResponderEliminaruy interesantesu historia de la Aventura de ser Maestro. Noto que recuerda con cariño todos los "malos momentos" que paso, pero con la certeza que esos momentos lo hicierón crecer enormidades.
Lo felicito por su experiencia.
Hasta luego